Sarah Kane.
Nacida en febrero del 71 en Essex, dramaturga cuyos escritos hablaban del amor, el dolor, la tortura y la muerte, quizás solo estaba hablando de ella misma. Se le considera una de las figuras claves en el teatro de la crueldad, con una escritura poética y bien cuidada. Sus padres eran evangélicos y Sarah, en un principio, también era creyente, pero luego dejó de creer. Abandonó una religión que en aquella época seguramente ya le hubiera abandonado a ella. Estudió arte dramático y escritura teatral, un amor por el teatro y las palabras que nació en ella en su adolescencia. En el 94 escribe una trilogía de monólogos titulada “Sick”, donde hablaba de la violación, la bulimia y la sexualidad.
Sarah Kane aparentaba ser una mujer con una vida tranquila, pero su cabeza no jugaba a esa realidad. Su cabeza tejió una maraña de desespero que no la dejaba respirar, una depresión que iba creciendo más y más en su interior. Una maraña de palabras e imágenes que Sarah expresó en sus obras y, sobre todo, en esa última “Psicosis a las 4:48”.
Sarah Kane se marchó en 1999, cuando yo tenía seis años. Ella tenía 28, casi dos años menos de los que yo tengo al escribir esto. Su última obra es prácticamente una carta de despedida, una despedida dónde nos cuenta esos momentos en los que hablaba con ella misma, en los que se tomó más pastillas de la cuenta para intentar dejar de sentir ese peso en su pecho, un texto con una sola actriz en la sala que se comunica con una voz en off. Una voz en off. ¿Estaba basada en alguien que le hablaba, en un genérico de comentarios acumulados en su cabeza? ¿O sólo era su propia cabeza atacándola de nuevo?
«Atrapándola con su larga cola,
ahogándola, clavándole sus garras en el vientre,
adentrándo sus colmillos en su cuello,
elevándola tan alto que ya ha dejado de temer la caída.
Sólo quiere respirar».
Vuelvo al trabajo. De fondo tengo la puesta en escena de “Psicosis 4:48”, el audio no es muy bueno. La actriz a veces es intangible, incomprensible, mastica las palabras; el piano que suena me atrapa. Acaba de describir un ataque de ansiedad, una histeria, han utilizado una alarma, o similar, que me ha dejado quieta, muda. Mi gato se ha asustado, estaba hipnotizado.
Él ya no está.
Sarah Kane es una de las dramaturgas más representadas en Europa, a pesar de haber sido criticada en sus inicios. La vida del teatro, la vida del creador. ¿Seguiría aquí si le hubiesen dado algo de compasión? Según Wikipedia, son cinco sus obras más conocidas. No me ha quedado claro si son las únicas. Cinco, el quinto elemento, el elixir de la vida… No es una piedra filosofal, más bien fue la muerte. Pero, ¿no es acaso la muerte una forma de permanecer siempre vivo? Cinco, el quinto elemento, el… Pero te quedaste en 4’48. De verdad no querías seguir, de verdad no podías seguir. El piano vuelve a sonar con fuerza.
La grabación ha acabado, la he vuelto a poner: necesito poder hablar con ella.
En realidad es la segunda vez que escribo sobre ella, aunque esta vez he querido dejar la rigidez
de un trabajo que trate sobre la obra de ELLA,
porque sus obras ya hablaban de ELLA.
Ahora lo que quiero es hablar con ELLA.
He parado frente a su Psicosis, con esa cuenta atrás perturbadora, y la he contemplado hablando con la nada, con alguien invisible, con algo inalcanzable. La he visto quieta, sentada en una silla blanca, dirigiendo sus palabras a una esquina, mostrando sus brazos llenos de cortes y heridas. Qué escenografía tan reducida. Qué tierna sonrisa para un corazón tan empolvado. “Usted no tiene 80 años”, le dice la voz en off. Qué sabrá cuánto le pesaba el corazón.
Abro otra ventana, necesito ver sus ojos. Es tan raro que en la primera versión no haya sentido nada de esto… Ah, debe de ser que hoy no me he tomado la medicina. No encuentro ninguna foto en la que tenga el pelo largo. Qué guapa es. Era. Es. Ahora es eterna. Le daba miedo la inmortalidad, pero ahora es eterna. Eterna. ¿Por qué hace tanto bochorno aquí? Qué dolor de cabeza. Abro la ventana, esta vez una real, enciendo el ventilador y sigo observándola. ¿No hay ninguna imagen a color? ¿Acaso te has ganado la fortuna de estar en el “club de los 27” y solo ser una imagen antigua a la que recordar? Solo porque ya no estás, pero eres eterna. ELLA. Aquí estás, a color. Era rubia, o castaña muy clara, con ese pelo tan corto y… los ojos… No te puedo ver el color de ojos. Casi siempre llevas un cigarro en la mano. Sé lo que significa, pero no va tan rápido cómo necesitabas, ¿verdad? Entre tus pocas fotos hay imágenes de las puestas en escena de tus obras. No sé si es así cómo las veías en tu cabeza, cómo las sentías en tus venas. Pero así han quedado. Lo siento, no ha sido culpa tuya, no es culpa tuya, tú no tienes la culpa.
Sarah me dice que me calle, no quiere pensar.
O quizás no haya sido Sarah y solo sea la Muñequita de Cristal.
Estoy cansada. Me duele la cabeza. He salido unos minutos de mi habitación y me he tomado un vaso de agua.
“Es una tía a la que no conozco pero me encantaría haberte conocido.
Ir hacia ella y darte un abrazo
y decirte que te quiero porque te lo mereces. Mereces saber que te quieren.
Mereces saber que está bien existir.
Pero no se puede, porque se fue.
Y, Sarah, te quiero allá dónde estés”.
Cuando hablo de ti, de ELLA, te siento a mi lado, parada justo a mi izquierda. No. Estás sentada en la cama fumando un cigarrillo. Tenías casi dos años menos que yo cuando te marchaste, ahora casi cuatro. Me pregunto si tú tampoco podías parar de mover las piernas por los nervios, si tus encías también te dolían por la presión, si tus manos también querían dañarte. Aunque eso último lo sé. No es que alivie la tensión, es que a veces no queda otra, es que a veces no te controlas, es que a veces… No das más. Y no es para llamar la atención, no es para que te compadezcan, no es un castigo hacia nadie. Simplemente no hay más.
La muñeca está tirada en el suelo, no puede más. El piso está lleno de cristales rotos por todos lados, de todos los colores. La muñeca está colgada, levitando, evitando cortarse por la realidad, evitando cortarse con su corazón. Puede que estés sonriéndome ahora mientras me ves escribir sobre ti. Puede que tú también tengas las lágrimas saltadas. Puede que tú también estuvieras harta de gritar con la boca cerrada. Puede, y no te recrimino, que no tuvieras otra opción.
O quizás no sea nada de esto y solo sea mi propia psicosis,
mi propia paranoia desordenada.
Hola, Sarah.
Tú no me conoces y, en realidad, yo tampoco te conozco muy bien a ti. Pero me gustaría ser tu amiga. Me gustaría que me llamaras a las 4:48 y me contaras todo lo que te dice tu cabeza. Me gustaría quedar en algún pub y que me hablaras de tus pensamientos, de tus obras mientras te fumas uno de tus cigarrillos. Me gustaría abrazarte y decirte que te quiero, y eso que odio que me toquen. Me gustaría caminar por el parque, mirar a la gente pasear, ir al cine… Me gustaría ser tu amiga.
Me gustaría que me llamases a las 4:48
y que digas que ya no puedes más,
que has acabado con las pastillas que te recetaron
y que has colgado un cordón de los zapatos de una viga.
Entonces yo te preguntaría,
¿quieres que te pare? ¿O quieres que te apoye?
Y haría lo que tú me dijeras.
Te lloraría y te sonreiría,
y pondría flores y cigarrillos en tu portal todos los días.
Querida Sarah Kane, después de 26 años,
aquí tienes una amiga.
Esta es una versión revisada de un trabajo que tuve el placer de realizar cuando intenté ser alguien apto para la sociedad. Un placer porque pude conocerla aunque fuese en una ensoñación. Leyendo de nuevo esta carta, he vuelto a sentirla conmigo, he vuelto a amarla, he vuelto a llorarla y he vuelto a querer abrazarla.
El texto original es de 2023 con una revisión en 2025.
Gracias por estar. Gracias por existir.
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