Cadáver exquisito. La lluvia rompe sobre el suelo de piedra haciendo que los insectos canten animados. Las viejas, de rostros arrugados y llenos de granos, vigilan tras los visillos. En el fuego hay un guiso, un conejo sin piel hierve, te mira fijamente. El pastor alemán ha cazado un cuervo, clava sus colmillos en las tripas, se lame la boca manchada de sangre. Humos y sangre, el espacio se mueve, salta sobre las hojas secas. Retumba, se retuerce. La música en un tintineo al baile de la alegría por verte, por verlo, por eterno. Gira a la izquierda, la gran montaña rusa, la roca de azúcar salada se deshace acalorada. Se retuerce, se moldea, cae, quema, reza. Imagen generada por IA
Click clack, click clack. Click clack, click clack. Clack, clack, clack. Clon. Y de un chirrido el agua ha parado. Primero una pierna, luego la otra y ya estás fuera. Frío, vapor, cálido, vapor. Aún se puede oír como su suciedad se marcha corriendo de la casa. Aprieta un poco las cuerdas y lazos que decoran la parte superior, fluyen los restos del mantenimiento. Las bolsas de carne se llenan y vacían de aire varias veces con lentitud. Llenado al completo, al ritmo que una pequeña brisa se escapa de su boca. Vaciado al completo, al ritmo que su cuerpo gruñe de muerte. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis… La capa cálida ya está empapada también. Cae al suelo menospreciada por quien la portaba, dejada a un lado tiritando, inservible. Su cuerpo ahora se oculta tras telas gruesas, calientes y suaves. Quien las lleva se abraza en un intento de recibir algo de amor o consuelo de esa prenda que le acompañará en las próximas ciento sesenta y ocho horas, minuto a...