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Cadáver Exquisito

     Cadáver exquisito. La lluvia rompe sobre el suelo de piedra haciendo que los insectos canten animados. Las viejas, de rostros arrugados y llenos de granos, vigilan tras los visillos. En el fuego hay un guiso, un conejo sin piel hierve, te mira fijamente. El pastor alemán ha cazado un cuervo, clava sus colmillos en las tripas, se lame la boca manchada de sangre. Humos y sangre, el espacio se mueve, salta sobre las hojas secas. Retumba, se retuerce. La música en un tintineo al baile de la alegría por verte, por verlo, por eterno. Gira a la izquierda, la gran montaña rusa, la roca de azúcar salada se deshace acalorada. Se retuerce, se moldea, cae, quema, reza.      Imagen generada por IA    
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Click Clack Clon

    Click clack, click clack. Click clack, click clack. Clack, clack, clack. Clon.      Y de un chirrido el agua ha parado. Primero una pierna, luego la otra y ya estás fuera. Frío, vapor, cálido, vapor. Aún se puede oír como su suciedad se marcha corriendo de la casa. Aprieta un poco las cuerdas y lazos que decoran la parte superior, fluyen los restos del mantenimiento. Las bolsas de carne se llenan y vacían de aire varias veces con lentitud. Llenado al completo, al ritmo que una pequeña brisa se escapa de su boca. Vaciado al completo, al ritmo que su cuerpo gruñe de muerte. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis… La capa cálida ya está empapada también. Cae al suelo menospreciada por quien la portaba, dejada a un lado tiritando, inservible. Su cuerpo ahora se oculta tras telas gruesas, calientes y suaves. Quien las lleva se abraza en un intento de recibir algo de amor o consuelo de esa prenda que le acompañará en las próximas ciento sesenta y ocho horas, minuto a...

La Muñequita de Cristal

  Érase una vez una habitación cerrada a la que nadie debería pasar.  Érase una vez una cosa que no era princesa sino muñeca de cristal.  Érase una vez una flor casi marchita regada con las lágrimas de aquella. Érase una vez una brisa maldita que la zarandea. Érase una vez un escalón tan podrido  que el pisarlo daña un poquito al hijo perdido.  Érase una vez una muñeca de cristal  que miraba por la rendija sin querer bajar.  Érase una vez una mano mala que señala y martiriza,  que maltrata y esclaviza la mente del mañana.  Érase una vez aquello que no hubo de nacer. Érase una vez un temblor dentro,  un llanto preso y un calor frío que desgarra el intelecto.  Érase una vez una cuerda bien atada,  de subida o de bajada,  a la gloria en un inexistente pedestal.  Érase una vez unas manos nerviosas,  una arcada sabrosa y un miedo en reposo. Érase una vez un martillo y un cincel,  para plasmar cada estrella que el...